Literatura

Piernas de goma

Puntual, siempre a las seis, le visita un amigo salvador. Le rescata del tedio y de esa cruel sensación de fracaso que se lo come vivo. La voz de su visitante le brinda música a su existencia. Al escucharla, sus sentidos se despiertan luminosos y entonces sucede la metamorfosis.

No sabe cómo seguir. Anda perdido. En algún lugar escuchó que macho que se respeta no pregunta direcciones. Así que Luis sigue su camino sin encontrar a Sergio, el local donde acordó reunirse con Miranda. Ella es la hermosa chica que conoció por internet, en una página de citas.

Es tarde. Hace frio.

En un tiempo lejano, Luis fue exitoso. En la escuela era el tipo que echaba el mejor chiste. Sus maestros alcahueteaban su mediocridad porque les hacía sentir útiles. La clave para pasar las materias era su inteligencia emocional y la mirada atenta que ponía en clase. Llegó a ser el presidente del centro de estudiantes. Aunque no era tan sexy, de él emanaba un no sé qué.  En las fiestas arrasaba. Sus habilidades en el baile capturaban las miradas. Le pusieron como apodo piernas de goma. Y decían que él era la versión criolla de John Travolta. Llegó a creérselo y entonces surgieron los aires de divo que alejaron a sus amigos.

Pero ese Luis ya no existe.

Al barrigón cuarentón le sobreviven tres pelos en el cogote y detesta su trabajo. En la oficina ocupa un cubículo portátil. El espacio da para la mesita del computador, una silla con ruedas y la alfombra acrílica, para moverse los pelos que le separan del teléfono. Los compañeros olvidan su nombre. Él intercambia un puñado de palabras con Jamileth –secretaria del jefe– y con Pedrito, el chico lleva y trae. Para los demás, Luis es otro mueble de la oficina. Llega a las ocho, tiene una hora para almorzar y se marcha a las cinco. Así es su rutina desde hace diez años.

Pero Luis guarda un secreto.

Puntual, siempre a las seis, le visita un amigo salvador. Le rescata del tedio y de esa cruel sensación de fracaso que se lo come vivo. La voz de su visitante le brinda música a su existencia. Al escucharla, sus sentidos se despiertan luminosos y entonces sucede la metamorfosis. Se desvanece el aburrido oficinista y hace aparición el portentoso semental, un irresistible latin lover. Con esa fuerza vital teclea su ordenador, usando el nombre que escogió: piernasdegoma.

Así, en la habitación de la modesta pensión, Luis es quien debió ser si tan solo la suerte le hubiese jugado mejores cartas; si tan solo hubiera hecho esto y no aquello; si tan solo…

Emplea un verbo seductor y hace bromas picantes. Es el gran maestro del sarcasmo. Su foto es un rostro con claroscuros, que disimulan sus rasgos. Puede ser lo que el ojo de la chica desee. Esa foto es mágica. Sus facciones son trazadas con el pincel de la imaginación. Y para describirse a sí mismo, les hace creer que sí es aquello que alguna vez pensó que sería. Para sus amigas virtuales, Luis es un glamoroso playboy. Y como habrán deducido, el tercio goza de innumerables conquistas.

Pasa horas chateando con esas mujeres que jamás ha conocido en persona. Son bellas y brillantes. Con Miranda lleva meses intercambiando picardías. Con labia prodigiosa, Luis afirma que su atareada vida es la culpable de tantos encuentros frustrados. Siempre sale con un pretexto de última hora. Pero las excusas tienen límites y éstos se agotaron.

Hoy finalmente conocerá a la mujer de piel canela, tan alta ella y con esas curvas mortales que cortan la respiración. La foto de la dama es tan efectiva, que Luis le ha dado múltiples usos, algunos inconfesables, reservados para darse placer en solitario.

Sigue dando vueltas. No encuentra el maldito lugar. ¿Sergio? ¿Qué tipo de establecimiento se llama Sergio?

Basta de dárselas de sobrado. Pide asistencia:

– … por favor.

– Doble a la izquierda. Al llegar a la valla, cruce y allí está.

– Gracias mi pana.      

En sus tripas hay vampiros. ¿Qué pensará de mí? Coño, la gente engorda y cualquiera es calvo.  Yo soy piernas de goma.

Cruza la calle y entra. El lugar no es feo. Es un bar poco convencional. Parece un club, y tiene cierta sobriedad. Pero hay detalles que despiertan sospechas.

– Busco la mesa de Miranda González.

– ¿Tiene cita con la señora?

– Sí. Soy Luis Santoro.

– La señora lo espera. Sígame, ella está ahorita en su oficina.

¿Oficina? ¿Señora?  ¿Qué vaina es esta? se pregunta Luis.  

Suben por una escalera con forma de caracol. Caminan el largo pasillo. Es oscuro y hay habitaciones a los lados. Salen y entran unas mujeres, en lingerie y con actitudes evidentes.  

–Aquí es. Toque.

–Gracias.

Suspira y da un golpecito. Abre una dama, su mirada es triste. Viste camisón africano y sandalias, que asoman dedos poco apetecibles.  Su silueta es rechoncha. Tiene la tez pálida, marcada con las huellas del acné.

–Buenas noches señora. Busco a Miranda González.

– ¿De parte?

– Dígale que es piernas de goma, ella entenderá.

– ¿Luis?… ¿eres tú?

– … ¿Miranda?

El silencio dura mil años. Por fin Luis suma dos y dos. No le hace gracia. Miranda es la proxeneta de aquel lugar. Y su imagen… nada que ver con la foto.

Lo piensa y resuelve el terrible dilema. Disimula su malestar y como quien no quiere la cosa, le besa el cachete a la mujer. De seguidas pregunta:

– ¿Tienes alguna chica como la de tu foto?

–  Tengo varias que son así.

– ¿Y cuánto es?

– Para ti, un precio especial. El equivalente a setenta dólares la hora.

– ¡Coño!  Eso es muy caro, yo no tengo tanto dinero.

– Pero sí me tienes a mí… tontito.

– ¿A ti? Pero tú no eres la de la foto. Me engañaste… esto es una estafa.

– ¿Así es la cosa? ¿Y acaso que tú no me estafaste? Eres un gordito calvo, ¿dónde está mi piernas de goma?

– Yo sí soy piernas de goma.

– Bueno… entonces aquí tienes a tu Miranda… ¿Acaso no te gusto?

Luis siente que el abismo se lo traga y un nudo le aprieta la garganta. De quedarse más tiempo frente a esta mujer, tendría que llorar.  

Si mediar palabra, le da la espalda y se marcha.

¿Por qué fui a ese lugar? ¿Y si le hubiera inventado otra excusa?  ¿Y si en vez de decirle que sí le hubiera dicho que no? ¿Por qué tuvo que pasar?

Luis Santoro ignora que el hombre que entró a Sergio no es el mismo que salió de allí. Pero pronto lo sabrá.

Mañana, cuando el reloj marque las seis, su amigo no lo visitará.  

Y esa voz, que de música llenaba su vida, jamás la volverá a escuchar.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: