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Imaginario, virgen de Guadalupe y la creación del “Nuevo Mundo”

A diferencia de los ingleses en Norteamérica, los españoles no buscaban exterminar a los pobladores originarios de las tierras conquistadas. Su finalidad fue integrarlos dentro del nuevo universo creado, a partir de este encuentro de mundos tan disímiles; y para ello emplearon diversos métodos estratégicos.


A partir de la lectura del ensayo: Las imágenes, los imaginarios y la Occidentalización, de Serge Gruzinski, ofrezco algunas reflexiones, haciendo hincapié en las ideas del autor sobre el imaginario vinculado a la virgen de Guadalupe.

Desde los primeros tiempos colonizadores, los españoles aplicaron en las Indias una voluntad férrea para cristianizar a los indígenas, partiendo de premisas muy arraigadas en su cultura. Existía la necesidad de curar a la raza “endemoniada”, extraerle el diablo que habitaba en sus espíritus y salvarlo de la condena fatal que implicaba su herejía; porque eran víctimas de la idolatría.

Existía la necesidad de curar a la raza “endemoniada”, extraerle el diablo que habitaba en sus espíritus y salvarlo de la condena fatal que implicaba su herejía; porque eran víctimas de la idolatría.

A diferencia de los ingleses en Norteamérica, los españoles no buscaban exterminar a los pobladores originarios de las tierras conquistadas. Su finalidad fue integrarlos dentro del nuevo universo creado, a partir de este encuentro de mundos tan disímiles; y para ello emplearon diversos métodos estratégicos.

Su finalidad fue integrarlos dentro del nuevo universo creado, a partir de este encuentro de mundos tan disímiles; y para ello emplearon diversos métodos estratégicos.

Entre los métodos aplicados, quizás el más efectivo consistió en el “mimetismo” artístico, vinculado a un imaginario religioso que trascendía las barreras raciales y lingüísticas, permitiendo una comunicación que apuntaba a lo neurálgico: el entendimiento de la existencia, los motivos de la vida y la explicación de la muerte y su destino ulterior.

Entre los métodos aplicados, quizás el más efectivo consistió en el “mimetismo” artístico, vinculado a un imaginario religioso que trascendía las barreras raciales y lingüísticas,

La evangelización era una meta esencial de la aventura conquistadora, ya que – entre otras razones –permitía tranquilizar la consciencia de quienes invadían territorios ajenos e imponían, a través de la fuerza, sus patrones de comportamiento. 

Involucrar a los indígenas en la fabricación de todo tipo de objetos religiosos – la construcción de catedrales, pintura de cuadros y murales; la fabricación de vitrales; el esculpido de santos y la elaboración de crucifijos – además de los fines utilitaristas evidentes, perseguía una finalidad didáctica para acercar al indígena a la religión católica y lograr una “occidentalización” cultural, que tuviera como corolario la conversión religiosa. 

Se destruían los ídolos indígenas, todo aquello que representase un culto pagano debía desaparecer y ser reemplazado por imágenes que promovieran la occidentalización y la salvación del alma, según criterios europeos.  Los españoles sabían que las imágenes podían constituir a la vez una herramienta de la memoria, un instrumento de dominación, un sustituto efectivo o un señuelo engañoso. Pero eran, por encima de todo, y en términos modernos, significante asociado con un significado.

Se destruían los ídolos indígenas, todo aquello que representase un culto pagano debía desaparecer y ser reemplazado por imágenes que promovieran la occidentalización y la salvación del alma,

Así mismo, según recuerda Gruzinski, los misioneros españoles recurrieron a las representaciones teatrales para explicar y difundir la fe cristiana. En obras edificantes se representaban pasajes de historia sagrada, personajes del panteón cristiano, los lugares famosos y la geografía sagrada occidental. Dicho de otra forma, a través del teatro y de la ritualización dramática, la reproducción del imaginario occidental introdujo una nueva dimensión del proceso mimético.

Poco a poco, la España peninsular fue sufriendo un proceso de mímesis en el “Nuevo Mundo”, dándole relieve, contornos y contenido a los territorios conquistados. Los indígenas resultaron ser muy talentosos en el arte de replicar las imágenes españolas. Alcanzaron niveles magistrales, que en un sinnúmero de ocasiones superaban los modelos originales.  Y lo hacían en tiempo récord, mucho menor que los ocho años fijados por los maestros españoles como el lapso necesario para aprender el arte. 

Entre los ejemplos citados por Gruzinski está el laminado de oro, las construcciones y la arquitectura.   

Los indígenas resultaron ser muy talentosos en el arte de replicar las imágenes españolas. Alcanzaron niveles magistrales, que en un sinnúmero de ocasiones superaban los modelos originales. 

Pero este calco, la copia ibérica que se quiso generar, experimentó un fenómeno inesperado de hibridación, similar al mestizaje que se producía con la fusión de las razas.  El indígena no solamente copiaba, sino que imprimía en la obra creada un código personal que trasformaba la imagen en algo diferente, nuevo, que trascendía el motivo inicial, volviéndolo algo más complejo y efectivo. El resultado de esta fusión era el genuino encuentro entre universos existenciales paralelos, que ahora se unían en un nuevo universo que sintetizaba las dos culturas.

Pero este calco, la copia ibérica que se quiso generar, experimentó un fenómeno inesperado de hibridación, similar al mestizaje que se producía con la fusión de las razas.

El indígena no solamente copiaba, sino que imprimía en la obra creada un código personal que trasformaba la imagen en algo diferente, nuevo, que trascendía el motivo inicial, volviéndolo algo más complejo y efectivo.

El resultado de esta fusión era el genuino encuentro entre universos existenciales paralelos, que ahora se unían en un nuevo universo que sintetizaba las dos culturas.

La imagen de la virgen de Guadalupe concentra en sí misma esta concepción.  Comenta Gruzinski que a partir de 1550 la sociedad criolla peregrinaba en un santuario prehispánico, ubicado en el cerro de Tepeyac, a unos diez kilómetros al norte de México. Allí, le rendían devoción a una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe (homónima de una famosa virgen venerada en España). Se trataba de una imagen de tipo europeo, pero pintada recientemente. 


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El arzobispo Montúfar había ordenado la realización de la imagen a Marcos, un pintor indígena, con las instrucciones de imitar el modelo europeo, pero imprimiéndole matices locales. La virgen fue colocada en la ermita, y el arzobispo comenzó a atribuirle prodigios asociados a su imagen, responsabilizando a Cristo por el origen del culto. 

La iglesia de Montúfar supo explotar el papel de la imagen en la devoción popular y en la piedad secular, y promovió el culto de la Señora de Tepeyac, al que elevó al rango de “ejemplo” capaz de atraer a los indígenas…

El cerro de Tepayac atraía desde hacía mucho tiempo a los naturales. Antes de la Conquista, allí se alzaba el santuario a Toci, la madre de los dioses y se le ofrecían diversas ofrendas y sacrificios. Los indígenas siguieron acudiendo al lugar, y ahora le rendían culto, no a su virgen “infernal”, sino a la virgen cristiana, a la que llamaron “Tonantzin”, nombre de su antigua diosa madre. 

La Señora del Tepeyac

Afirma Gruzinski que todo sucedió como si Montúfar – que luego fue arzobispo de México – hubiese apostado a la yuxtaposición y superposición de los cultos.  Luego transcurre un largo período de silencio respecto a la virgen, para reaparecer con fuerza en el siglo XVII.

La pluma de Miguel Sánchez, un sacerdote diocesano, lo plasma en sus escritos.  Se trata de una leyenda: La virgen se le apareció tres veces a un indio llamado Juan Diego. Cuando éste fue a informar al arzobispo Zumárraga, abrió su yunte ante el prelado, donde en vez de las rosas que allí había colocado, apareció una imagen de la virgen milagrosamente estampada, que hoy en día se guarda, conserva y se venera en el santuario de Guadalupe. 

donde en vez de las rosas que allí había colocado, apareció una imagen de la virgen milagrosamente estampada, que hoy en día se guarda, conserva y se venera en el santuario de Guadalupe. 

La razón de la promoción de esta virgen mestiza por los mismos sacerdotes católicos tuvo una finalidad política y cultural evidente. 

La razón de la promoción de esta virgen mestiza por los mismos sacerdotes católicos tuvo una finalidad política y cultural evidente. 

La imagen de la virgen de Guadalupe fortaleció el sentimiento de comunidad entre las castas. Primero se convirtió en patrona del cabildo catedralicio, luego en la patrona de la ciudad y finalmente, en el transcurso del siglo XVIII, en la patrona de todo el país.  

La imagen de la virgen de Guadalupe fortaleció el sentimiento de comunidad entre las castas. Primero se convirtió en patrona del cabildo catedralicio, luego en la patrona de la ciudad y finalmente, en el transcurso del siglo XVIII, en la patrona de todo el país.  

El empleo de una imagen, en este caso la virgen de Guadalupe, hizo las veces de lenguaje, un discurso sutil que fue penetrando la fibra psicológica de todo un pueblo.

La “Occidentalización” y evangelización, como impulsos protagónicos del proceso de conquista, fue mutando progresivamente hacia horizontes híbridos, generando un “idioma” original.  Y el imaginario, sintetizado en la virgen de Guadalupe, fue el hilo que tejió la realidad naciente, cicatrizando viejas heridas y uniendo las piezas dispersas de un rompecabezas cultural y racial que dio origen a una nueva civilización…  el “Nuevo Mundo”.

La “Occidentalización” y evangelización, como impulsos protagónicos del proceso de conquista, fue mutando progresivamente hacia horizontes híbridos, generando un “idioma” original. 



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