Literatura Poesía

Cuerpo que seduce a dos

Todas esas sensaciones se fusionan en impulsos nerviosos, que estimulan la inspiración poética. Cuando el poeta los plasma en versos, el proceso es misterioso, porque el contenido de esa poesía parece provenir de cavernas inhóspitas, de musas mágicas que susurran al espíritu y mueven la mano del artista.

Si la mística se hace cuerpo tangible a través de la poesía, el éxtasis que produce en el poeta es una experiencia absolutamente individual y subjetiva. El poeta escribe sus versos desde una región íntima de su alma, donde la consciencia juega un rol secundario.

El proceso psíquico puede ser intelectual, en la medida en que el poeta se preocupe por la forma y métrica de sus versos: por ejemplo, si son alejandrinos, si riman, qué tipos de procesos lingüísticos entran en juego (elipsis, sinalefa, anáforas). Hasta allí puede funcionar un ejercicio consciente, que es más técnico que poético. Se trata de la forma de presentarse, la estructura profesional que adopte.

Pero muy lejos de esos detalles objetivos, se encuentra el contenido del poema. Las emociones, y pulsiones internas del poeta, que emanan de una región diferente a la de su consciencia y configuran un universo donde se entremezclan experiencias vitales: anhelos, heridas abiertas, cicatrices, sueños, esperanzas, frustraciones, miedos, odio y amor, tristezas y alegrías, abismos y cumbres. 

Todas esas sensaciones se fusionan en impulsos nerviosos, que estimulan la inspiración poética.  Cuando el poeta los plasma en versos, el proceso es misterioso, porque el contenido de esa poesía parece provenir de cavernas inhóspitas, de musas mágicas que susurran al espíritu y mueven la mano del artista. 


Entonces el universo psíquico, compuesto por infinitas variables subjetivas, comienza a cobrar cuerpo y a respirar como un objeto independiente. Cuando el poeta experimenta la inspiración, se produce en su interioridad una sensación trascendente, que le eleva a una dimensión vital que no es su estado normal de existencia.  En ese trance, el poeta desarrolla su arte y cuando lo culmina, el resultado le resulta tan misterioso como la génesis misma de la inspiración que lo produjo. 


En un esfuerzo de comprender el significado de los versos, quizás el poeta puede interpretar la episteme, darle sentidos conscientes a lo escrito, pero muy pronto se dará cuenta que el ejercicio es fútil.  Logrará una explicación, dirá que el poema significa esto o lo otro, pero internamente sentirá el vacío, la zona inhóspita, el abismo entre aquello que explica y el infinito manantial semántico que queda apresado como potencial alternativo.  




Allí se capta el porqué la mística es un fantasma danzarín que no puede atraparse. Es un eterno peregrino, el cuerpo que asciende a una cumbre que jamás puede coronarse.

La mística en cierto sentido puede equiparse al mito de Sísifo.  Y quizás la interpretación que hace Albert Camus de éste sea oportuna para entender el fenómeno. 

Camus afirma que Sísifo, al comprender el absurdo de su vida, se resigna y entonces vive una existencia heroica. En la medida que el poeta entiende la inutilidad de darle sentido final a su poesía, el ansia por continuar develando secretos le impulsa a continuar su peregrinaje, haciendo más poesía.

El misterio se conserva vivo, y así la mística sobrevive, retroalimentándose con nuevas experiencias y definiciones. El poeta se convierte en héroe, en la medida en que esa consciencia de futilidad le impulse a seguir creando versos. En lugar de frustrarse, y quizás hasta suicidarse, el artista produce más arte, y el cuerpo místico se nutre, volviéndose cada vez más seductor y misterioso.



Dicho esto, ¿qué pasa con el lector de un poema? ¿Acaso también vive una experiencia mística al leer los versos?  Creemos que la respuesta es afirmativa.  El cuerpo místico, la palabra poética, es capaz de producir encantamiento en dos direcciones, exactamente igual que una emoción poderosa, como el amor y/o el erotismo. Es un cuerpo que enamora y/o erotiza al poeta, y lo mismo hace con el lector, siempre y cuando éste tenga también un alma poética, una capacidad de conectarse con los hilos más finos de su vida sensible. 



El lector del poema se conecta con ese cuerpo místico a partir de su propio universo fantasmal, que es tan misterioso como el del autor de los versos. Ese abismo también está constituido de infinitas variables subjetivas. Y son estas variables las que construyen el andamiaje sensorial, que permite captar el sentido del poema, en una forma que produzca empatía, catarsis anímica. Y esa sensación es éxtasis, una pulsión interior que facilita momentos trascendentes, donde el poema transporta hacia territorios sensitivos, que tampoco hallan una explicación definitiva en el plano de la consciencia. 



Tal como sucede al poeta, la persona que disfruta de la lectura de un poema pronto se dará cuenta que no existe una episteme definitiva. Cada vez que lea el poema, sucederán en su interior nuevas emociones, y aparecerán distintos significados. 

Y esto es un proceso que se extiende hasta el infinito, el deseo no se sacia. Nuevamente el mito de Sísifo se tatúa como metáfora perfecta del fenómeno descrito.  El lector del poema se identificará con el cuerpo místico, solo hasta los límites de su experiencia individual, marcada por su estado anímico temporal y transitorio.  Así, el peregrinaje continúa.

El perseguir a esa primera sensación experimentada, le volcará a repetir la experiencia. Y en ese momento, se dará cuenta que el misterio no se devela, al contrario, se profundiza; manteniéndose intacto, quizás mucho más intensamente que la vez anterior. 



Ese misterio es el fantasma danzarín, que sigue su juego sensual, despertando apetencias en sus “víctimas”, seduciendo con sus formas infinitas, en una danza eterna que nunca se repite a sí misma, conservando viva la llama del deseo.





3 comentarios

  1. Tal vez solo en esos poemas existe el mundo donde el amor puede ser perfecto e infinito…donde se pasea al atardecer, caminando en una playa desierta donde se alzan dos lunas…donde el tiempo muere y el aroma de las flores y frutos que trae la brisa desde la selva, nos embriaga y sabe a chocolate de nueces con sal marina …precioso ensayo!…Excelente JCSA.

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  2. Cuando nos atrevemos a desnudar la mente y nos abandonamos a la seducción de la musa, entramos en la gran agonía de necesitar expresarnos según la musa nos inspira y alcanzamos el extasis cuando sin esfuerzo fluyen las palabras encantadas exactas y precisas hasta llegar a la explosión de perfeccion poética inexplicable y mágica….

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