Literatura

Crónica de un editor en Revolución

Maniobra para no colisionar con alguna de las infinitas motos que vuelan por todas partes. Se le viene un hueco —si cae allí llega a China— pero lo esquiva. De fallarle los reflejos estaría llorando su tren delantero, o quizás atónito en la Gran Muralla o contemplando el Palacio de Pu Yi.


Silencio. Noche. Fantasmas. tic tac.

Esta es la historia de Pedro, el editor que vive en Caracas.

Narraré los hechos como si fueran cuento.

Pedro Méndez tiene esposa y cuatro hijos, ninguno drogadicto, todos estudiosos y decorosos.  Labora en una editorial prestigiosa. Es un tercio exitoso. Durante quince años la suerte fue su aliada. Llegaba a casa, cenaba, veía un rato de televisión — a veces su sexy mujer le rogaba por un quickie — y se iba a la cama dichoso, seguro de su vida, tranquilo con su consciencia. Sus días transcurrían en una rutina pétrea, que le proporcionaba solidez a su piso vital.

Se vanagloria de los autores que publica. Le pone corazón a la producción de sus obras: Lectura del manuscrito, redacción de la carta de aprobación, llamada con las buenas noticias, reuniones con el afortunado escritor, correcciones; en fin, el ejercicio de ese fino arte de la edición: morfosintaxis, ortografía, coherencia de los caracteres y sucesos, idas y traídas de los cambios, diseño de las páginas, la portada, imprenta, corrección de pruebas, guerra y paz, publicación, organización de eventos promocionales, entrevistas, cócteles, viajes. Un mundo de acontecimientos que celebran el ingenio humano, la belleza de la creación literaria.

Pero algo cambió.

Un mundo de acontecimientos que celebran el ingenio humano, la belleza de la creación literaria. Pero algo cambió.

Pedro llega a su casa. Le sirven una sopa de lentejas, conversa con su hijo. Bajón escolar. Se retira a ver las noticias. Son las diez. Guarda la ropa y se mete en el pijama.

Aprieta el cepillo de dientes. Sucede.

Espejo. Nuevo rostro. No el suyo, el de otro. ¿Qué es esto? La respuesta es el sonido de sus tripas. No entiende lo que le pasa. No duerme. Noche en vela.

Espejo. Nuevo rostro. No el suyo, el de otro. ¿Qué es esto? La respuesta es el sonido de sus tripas. No entiende lo que le pasa. No duerme. Noche en vela.

Despertador. Está de pie.

Maneja a la oficina por la ruta acostumbrada. El camino se fue pareciendo a la Revolución.

Hubo aceras, hoy son torres de basura. Había gatos, quizás un perro. Ahora no hay gatos ni perro, solo un hombre y sus costillas, hurgando en los desechos. Quizás encuentre un cartón con gotas de jugo o una carne masticada.

Luz roja. Frena. Aparece la india con su hija en brazos. ¿Es niña o será una muñeca? Pueden ser ambas. La cría está estática. Si no está muerta, podría ser de trapo.

Luz roja. Frena. Aparece la india con su hija en brazos. ¿Es niña o será una muñeca? Pueden ser ambas. La cría está estática. Si no está muerta, podría ser de trapo.

…verde…

Continúa su trayecto hacia la oficina. Puente. Lo erigieron hace escasos meses, pero ya tiene grietas en las columnas. Su diseño es feo, tanto como las historias que explican porqué se escogió el peor cemento, cero ingienería y ni por asomo algo de arquitectura.

Puente. Lo erigieron hace escasos meses, pero ya tiene grietas en las columnas. Su diseño es feo, tanto como las historias que explican porqué se escogió el peor cemento, cero ingienería y ni por asomo algo de arquitectura.

Necesita gasolina. Son diez carros y hay una sola fila. Se tiene que calar la cola. Quién le manda a esperar a que el tanque se secara. La máquina dispensa solo el octanaje inferior. La cosa no está para exquisiteces. Mientras aguarda, gira la cabeza. Linda Blair en El Exorcista. El perímetro luce seguro, no hay moros extraños en la costa. Saca el Iphone (cinco modelos al pasado) para avisar que llegará tarde. No hay señal. La vejiga está por explotarle. Tiene tiempo. Pregunta por el baño. El empleado no responde. Está ocupado, intercambiando opiniones con su compañero. Un culito entró en la tienda y ellos son los catadores.

No hay señal. La vejiga está por explotarle. Tiene tiempo. Pregunta por el baño. El empleado no responde. Está ocupado, intercambiando opiniones con su compañero. Un culito entró en la tienda y ellos son los catadores.

Tranquilo, se dice a sí mismo. Encuentra el baño sin ayuda. Esa puerta. La abre. Y la vuelve a cerrar. Si entra, quizás no sale. Pocos olores se parecen tanto a la muerte.



Otra vez en el auto. Solo faltan siete. No avanzan. El gordo de allá grita. Su breaking point tiene potencial homicida. Baja el vidrio. Los coño de la madre y qué mierda se los lleva el viento. No hay reacción de nadie, solo ojos de resignación. La noticia es un caliche: ¡Se agotó la gasolina!

Respira. Su esposa ocupa su mente. Hace semanas que no hay quickies.

¿Le alcanza el combustible hasta la oficina? No hay opción. Al menos pudo vaciar la vejiga en la matica. Ese es un vacío que sí agradece.

Apaga el aire acondicionado.

El calor cocinaría una hamburguesa. No ayudan los humos que escupen los motorizados, mosquitos venenosos, emperadores de las calles. Hacerles cualquier gesto es un riesgo de muerte suicida.

El calor cocinaría una hamburguesa, No ayudan los humos que escupen los motorizados, mosquitos venenosos, emperadores de las calles. Hacerles un gesto es un riesgo de muerte suicida. Maniobra para no colisionar con alguna de las infinitas motos que vuelan por todas partes. Se le viene un hueco —si cae allí llega a China— pero lo esquiva. De fallarle los reflejos estaría llorando su tren delantero, o quizás atónito en la Gran Muralla o contemplando el Palacio de Pu Yi.

Se le viene un hueco —si cae allí llega a China— pero lo esquiva. De fallarle los reflejos estaría llorando su tren delantero, o quizás atónito en la Gran Muralla o contemplando el Palacio de Pu Yi.

Avenida. Fluye. La Rómulo Gallegos solía ser un estacionamiento. Pero el raspao de cupos se acabó. Cadivi es una memoria lejana. Tiempos que no volverán. Hay que vender un riñón para conseguir repuestos. Un rasponcito o un bote de aceite es decirle adiós al mundo automotor.

Los carros se fueron borrando. No solo pagar el taller es como vivir en Mónaco. También se borró la gente. Millones ya no están, y eso se refleja en el tráfico, que también llora. Caracas perdió su cuerpo. Hoy es humo y recuerdos, solo eso, humo y recuerdos.


CHOCOLATES

$2.00

Los carros se fueron borrando. No solo pagar el taller es como vivir en Mónaco. También se borró la gente. Millones ya no están, y eso se refleja en el tráfico, que también llora. Caracas perdió su cuerpo. Hoy es humo y recuerdos, solo eso, humo y recuerdos.

Pero Pedro todavía tiene carro. No como Luis. No es justo, la vida nunca lo es. Allí está Luis, el gran Luis Santoro. Ayer el player del departamento de ventas. Hace un año vendió su Twingo. Anda en Metro.  ¿Y esa vaina se puede llamar Metro? Los cuentos son de terror. 

Allí está Luis, el gran Luis Santoro. Ayer el player del departamento de ventas. Hace un año vendió su Twingo. Anda en Metro.  ¿Y esa vaina se puede llamar Metro? Los cuentos son de terror. 

El martes vino a la oficina sin zapatos. En la Estación Dos Caminos un muchachito le encañonó. Los Nikes o su ojo. El otro día vio a un ejecutivo meando en la papelera. El viernes faltó. Los trenes se dañaron y el único autobucito que hace la ruta fue tomado por encapuchados. Los pasajeros quedaron desnudos en Turgua. ¿Un taxi? Ja, ja, ja.  Luis está más flaco. Al principio le lucía. Tenía aires de galán. Pero la cosa no paró allí. Los kilos siguieron emigrando. Hoy es un fideo. El sueldo de gerente no es lo que fue.

Por fin. La editorial.  No hay vigilante. La caseta quedó como adorno, mientras continúa su proceso de desintegración natural. Tres atracos y dos robos nocturnos. Entonces decidieron ahorrarse esos reales. 

Aparca en el puesto reservado para él. Un cartel de Director editorial se convirtió en obra de arte. El grafiti fue pintado por algún artista con obsesión por los falos gigantes y la poesía picante.

Aparca en el puesto reservado para él. Un cartel de Director editorial se convirtió en obra de arte. El grafitifue pintado por algún artista con obsesión por los falos gigantes y la poesía picante.

El ascensor se enamoró del piso seis y allí se quedó. En uno de los apagones el amor se consumó.  La escalera le recuerda que los años no pasan en vano. Apenas si respira.

Se limpia la frente con un pañuelo y saluda a Judsaidis. Soplándose las uñas, la asistente le informa que Sergio, autor de Un país que mataron, le ha llamado veinte veces.  ¿Cómo devolver esa llamada?

Sergio es buen escritor. Sus obras han sido elogiadas y están agotadas. Su nuevo manuscrito iría a imprenta y en junio sería su lanzamiento. Sergio, feliz, fue cándido con Pedro. Al recibir la buena nueva, confesó que la editorial que le publicó sus libros anteriores no se atrevió con un Un país que mataron. ¿Arriesgarían dólares a diez, cuando en el mercado negro se cotiza a mil? ¿Vale la pena jugársela con un escritor cuyo nombre está en la lista negra del régimen?

¿Arriesgarían dólares a diez, cuando en el mercado negro se cotiza a mil? ¿Vale la pena jugársela con un escritor cuyo nombre está en la lista negra del régimen?

Pedro le aseguró a Sergio que a diferencia de esa editorial, la suya sí tenía cojones. Aquí no pasa eso. Lo nuestro es la literatura. Si es buena, ningún censor puede con nosotros. Pero eso fue hace unos días. El email del gerente de España cambió las cosas. Un catalán categórico. Se suspende el libro de Sergio y toda la división de Narrativa queda clausurada. La editorial se dedicará exclusivamente al «Almanaque Mundial» y a libros escolares — esos que dicen que Chávez es el Libertador. 

Quince años llegan a su fin y con broche de oro: Tendrá que llamar a Sergio y comunicarle la terrible decisión. Pero como todo escritor sabe, la piel gruesa para estas noticias es una cuestión de vida o muerte. Su novela algún día verá el sol. Quizás no ahora, según lo previsto, pero lo hará.  

Se arma de valor y escribe un correo tan penoso como hermoso. También llama a Sergio y se disculpa. Le elogia y confiesa la verdad. La respuesta del escritor le disminuye la angustia. Meses después, Un país que mataron será un éxito. Pero eso es para Sergio. Hizo como Joyce con Ulises. Se autopublicó.

La suerte de Pedro es otra. Los fantasmas a él lo visitan de noche.

… Se observa en el espejo del baño. Se estira el ojo. Arrugas nuevas y ojeras antipáticas. ¿A dónde se fue la luz?  

Se acuesta. Tic tac, tic tac… Es inútil.

…Se desayuna. El huevo le sabe igual que su vida, a nada y frito.

Besa a su esposa.

Auto. Caracas. Oficina… JCSA


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10 comentarios

  1. Excelente Dr como todo lo q ud escribe sino fuera tan real quizas le confieso q me dan ganas de reirme para no llorar.Ojala esto q ud ha plasmado sea de lectura obligada para q un pais nunca permita q lo destruya el socialismo.Saludos.❤

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  2. Muy conmovedora la historia. Reitero mis respetos hacia usted e igualmente comparto que algún día seremos libres y esas publicaciones, libros, historias e historietas serán nuestras vidas. Gracias

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  3. Es una excelente radiografía Dr, de aquel venezolano exitoso,que ama lo que hace y que hoy este régimen putrefacto,lo catapulta a los estercoleros que creó,es sin duda ,un estado agonico de los sueños forjados ;en cada situación vivida nos vemos retratados todos, los que están adentro y los que estamos fuera, pocas luces se observan en nuestro horizonte.

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