El Judaísmo más que una religión, constituye un modo de ser, una esencia existencial. Desde tiempos inmemoriales, el pueblo judío quedó marcado con el signo de las tradiciones, y de una profunda formación espiritual e intelectual. A partir de una concepción sagrada de la vida, el judaísmo se ha tomado muy en serio la necesidad de promover una vida cónsona con las escrituras, que prescriben cánones de comportamiento signados por la ética y el deseo de llevar una vida equilibrada, alejada del mal.
La filosofía griega, en especial la del período clásico (Sócrates, Aristóteles, Platón) y las escuelas neoplatónicas (Amonio Sacas, Plotino, Porfirio), concluyeron que la clave de la felicidad es el conocimiento de uno mismo, la capacidad de penetrar en la zonas más profundas del ser, y desde allí entender que la vida no consiste en llenarse de cosas materiales, y vivir para alcanzar fama, dinero, honores, etc; sino por el contrario, no perseguir – como meta final – esos bienes efímeros. Y, en cambio, concentrarse en desarrollar una vida espiritual conectada con los valores trascendentes.

Aquí es donde el pueblo judío ha marcado la pauta a partir de unas tradiciones que se concentran en el núcleo de la existencia. Ser judío es llevar consigo el peso de un compromiso ineludible con uno mismo, con la familia y con la sociedad.
Se trata de un pueblo que desde sus orígenes ha sufrido el signo de la incomprensión. Precisamente por lo riguroso de sus tradiciones, los judíos han procurado mantenerlas incólumes en tiempos en que las mismas podían generar irritación en sociedades con otros entendimientos.

Este fenómeno ha tenido un costo inconmensurable, provocando heridas difíciles de cicatrizar. Desde la expulsión de sus tierras natales, la quema de sus templos, la esclavitud a la que se vieron sometidos en Egipto y por los romanos, su diseminación por el mundo, la expulsión de la península Ibérica, el horror del SHOA -holocausto-, la creación de su Estado en 1948, la guerra con sus vecinos palestinos y el conflicto geopolítico perenne que le obliga a nunca perder la guardia, el pueblo de Moisés ha tenido que recurrir a la máxima solidaridad entre sus propios miembros, y en la necesidad de nunca olvidar su historia, sus heridas, y sus tradiciones.
Esta realidad está nutrida por un simbolismo rico en rituales ligados al ciclo de la vida, la tradición religiosa y la vida en comunidad, exigente, que procura que todos sus hijos los conozcan y cumplan. A partir de los mismos, los judíos comprenden el poder de la liturgia, el pacto con Israel y Di-os, la responsabilidad individual y colectiva, la santificación de los períodos vitales de transformación y transición. Y entienden que la existencia individual está conectada con la trascendencia y con la mutua solidaridad entre ellos, que garantice la memoria colectiva y la preservación del pueblo israelita en los tiempos futuros.

Los judíos deben respetar sus tradiciones y cumplir con las festividades, algo que fortalece sus vínculos y les mantiene en continuo contacto con las escrituras sagradas y con Di-os.
Son múltiples los momentos que marcan la vida judía. Estos momentos van acompañados de rituales milenarios, signados por una historia riquísima que jamás debe ser olvidada. El Rosh, Hashanah, Succot, Janucá, Purim Pésaj, el Shavuot, el día de la Independencia, son algunos de ellos. A continuación, por razones de espacio, presentamos solo los asociados con ciclos vitales[1].
El comienzo de la vida

Brit Milá y el Zeved Habat: Rinde homenaje a la trascendencia del nacimiento y su importancia para la conservación del pueblo judío. Reciben el nombre de los abuelos y/o tíos, y se les procura su genealogía, las raíces de las que provienen y el bagaje cultural que heredan, para así garantizar la continuidad de la estirpe. Tras el nacimiento de un hijo, las costumbres establecían la realización de sacrificios de agradecimiento, a los cuarenta días para los niños, y a los ochenta para las niñas. El Talmud plasma la costumbre de plantar un árbol de cedro tras el nacimiento de un varón y un ciprés si era niña. El ritual central para dar la bienvenida a los varones al pueblo judío y su pacto con D-os es el Brit Milá.
Circuncisión

Esta es mi alianza que habéis de guardar entre Yo y vosotros, también tu posteridad: Todos vuestros varones serán circuncidados y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón, de generación en generación. De modo que mi alianza esté en vuestra carne como alianza eterna (Génesis, 17:10-14).
Durante siglos, los judíos han cumplido este precepto: el Brit Milá, cuya primera palabra significa “pacto”, “alianza”; la segunda, es “circuncisión”. La ceremonia del Brit identifica al niño judío como miembro de la comunidad de Israel. El ritual de la circuncisión supone la remoción de un apéndice del cuerpo cuyo único propósito es ese: su remoción como símbolo de total obediencia a la voluntad de D-os, y la transmisión de esta lealtad de generación en generación. El pueblo judío ha circuncidado a sus hijos varones como el signo más distintivo de su lealtad al Creador, la Alianza entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel.
El ritual del Brit Milá consiste de tres segmentos separados:
1. Milá, la remoción física del prepucio;
2. Periá, el desprendimiento y plegado de la membrana;
3. Metzizá, la succión de la sangre de la herida. No es asignado por el Talmud como parte del rito en sí. Es una medida higiénica.
La kvaterin –madrina– hace entrega del niño al kvater –padrino–, quien lo coloca en las rodillas del sandek, quien tiene la función de sostener al niño mientras el mohel practica la circuncisión. Entre las bendiciones que se pronuncian durante la ceremonia, el mohel recita una beraja afirmando que este acto representa el cumplimiento de una mitzva: Bendito eres Tú, Señor, nuestro D-os, Rey del universo…

Muchos padres dan a sus hijos un nombre “secular” para ser empleado en contextos no judíos y un nombre hebreo o idish para efectos religiosos y comunitarios. Dentro de la tradición se cree que el Meshiaj llamará a la resurrección con el nombre hebreo. Tradicionalmente, el nombre que se da al niño es una cuestión de gran importancia, pues existe la creencia en que este tendrá una influencia considerable en el desarrollo de su carácter; como señala la Torá: kishmó, ken hú –como su nombre, así es él– (Shmuel I, 25:25). La costumbre ashkenazí de proporcionar al niño el nombre de un familiar fallecido recientemente –un abuelo o bisabuelo–, está basada en honrar su memoria y que el niño emule las virtudes de esa persona. La costumbre de nombrar al niño igual que alguno de sus antepasados consanguíneos, lo une a la historia familiar y colectiva. La ceremonia del Brit Milá y el nombre concedido al recién nacido simbolizan la transferencia de la identidad judía a través del nacimiento, de padre a hijo, de generación en generación.
Pidyion Haben El varón primogénito siempre ha tenido un simbolismo particular. Para los judíos, a través del varón primogénito se asegura la simiente de la familia y del pueblo. La alegría de este nacimiento se refleja en la ceremonia especial del Pidyion Haben. La ceremonia se pospone si su fecha de realización coincide con Shabat (Guardar el sábado para la liturgia) u alguna otra festividad. El hecho de que no exista una ceremonia para niñas similar al Brit Milá, se debe a que en diversas fuentes judías las mujeres son descritas como integrantes“completas” de la Alianza: si nacen de madre judía, nacen incluidas en el signo masculino del Pacto; algunas fuentes señalan al ciclo menstrual como su propio signo.
Las ceremonias de las niñas se conocen con diversos nombres, simjat bat, brit bat. Los judíos ashkenazí conservaron una tradición que consiste en que el padre asista a la sinagoga al servicio de shajarit del Shabat inmediato al nacimiento de la niña y reciba la aliya a la Torá. En el shul se pronuncia un Mishebaraj, plegaria de recuperación y salud para la madre y la bebé; el nombre de la niña se proclama públicamente, declamando las palabras Avi habat, “padre de la hija”.
En algunas congregaciones, siguiendo el rito sefaradí, se interpretan canciones tradicionales para dar la bienvenida a la bebé, basadas en poemas sefaradim de los siglos XIV y XV, conocidos como pizmonim. Igual que con los niños, hay familias que eligen dar a la niña el nombre de alguna parienta a quien deseen honrar.
Bar Mitzvá y la Bat Mitzvá
Los términos significan hijo e hija de los preceptos respectivamente, marcan el momento en que se considera la mayoría de edad para cumplir con las mitzvot.
El niño(a) es un miembro completo de la comunidad judía, capaz de participar en todos los aspectos de sus expresiones vitales y religiosas, aun sin la celebración de una ceremonia específica que determine su mayoría de edad; es decir, la niña o el niño tienen la responsabilidad de cumplir con los preceptos se realice, o no, una celebración formal. El único requisito necesario, es que se tengan doce años si es hembra, y trece si es varón.
Debido a que los sabios no establecieron normas específicas para las ceremonias, excepto las bendiciones del padre, existen diversas variaciones de forma en el ritual. La importancia de este momento en la vida del niño reside en el nuevo estado de su desarrollo físico, intelectual y moral. El niño ya no es sujeto de sus impulsos, sino que comienza a desarrollar la conciencia. El Bar Mitzvá y la Bat Mitzvá reflejan las nuevas capacidades y responsabilidades adquiridas con esa transformación.
Matrimonio

En el judaísmo, desde el momento del nacimiento, la persona está destinada a unirse en matrimonio. Es un acontecimiento trascendental. La unión básica creada por D-os es hombre y mujer, una sola carne; en el matrimonio, la pareja se completa y se complementa, vuelve a su estado natural, a ese triángulo compuesto por dos seres humanos y su Creador, el cual, naturalmente, se halla santificado por el Todopoderoso. La boda judía representa la entrada formal de los contrayentes al mundo en comunidad, al ámbito de la preservación del pueblo judío, cuyo futuro depende de cada unión matrimonial.
La importancia del matrimonio judío reposa en cómo la pareja percibe su vínculo, en el amor que se demuestra y en la forma en que los valores judíos se expresan cotidianamente en el hogar, cuya construcción debe cimentarse en el cuidado de su fe y sus raíces, de sus tradiciones y costumbres, y de su pertenencia a una comunidad que forma parte del pueblo judío.
Muerte y duelo

El judaísmo insta a reconocer nuestra mortalidad como la santidad e importancia de la vida terrenal. La muerte es percibida como una tragedia inevitable. Muerte y duelo son temas de gran relevancia, rodeados de rituales, tradiciones y costumbres trascendentales. La experiencia del luto es individual y cada persona pasa por sus propios procesos de manera diferente, tanto en forma como en tiempo.
De acuerdo con la tradición judía, los rituales del duelo deben observarse cuando fallecen: padre, madre, hermanos, hijos y cónyuges. Se puede elegir observar algunos de los rituales por otros parientes como abuelos, tíos o sobrinos, pero estos no son obligatorios. Por ejemplo, algunas familias acostumbran respetar la restricción de no rasurarse durante la shive, en caso del fallecimiento de alguno de los abuelos.
La práctica de cubrir los espejos, si bien relacionada con antiguas creencias populares acerca de los espíritus, en el judaísmo responde a desalentar la vanidad en estos días de duelo y fomentar la reflexión interior. Cubrir los espejos es una impactante señal visual de la perturbación en el ánimo y del dolor que imperan en la casa. También hay quienes acostumbran cubrir pinturas y fotografías[2].
Los dolientes no deben estudiar Torá, pues se considera una fuente de gran deleite, como cita en sus páginas: las leyes de D-os son rectas y regocijan al corazón. No obstante, los avelim (personas en duelo) pueden leer las leyes del duelo y estudiar textos sobre conducta ética y otras secciones de la Torá, cuya naturaleza es seria y solemne. Toda demostración pública de duelo se suspende durante Shabat o las festividades.
El judaísmo admite que el paso del tiempo aminora y cura el dolor. Ser capaz de regresar a la vida cotidiana libremente ayuda a esta sanación. Para los hijos que están en duelo por sus padres, el período de shloishim (duelo de 30 días) se extiende a un año. Tras el shloishim, la vida lentamente regresa a su normalidad. Una vez que el año ha pasado, ya no se considera al doliente como tal.
Como vemos, ser judío es pertenecer a un universo pleno de historia, tradiciones y memoria. También compromiso: El deber de preservar esa historia y garantizar la supervivencia del pueblo judío en el porvenir.
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Bibliografía
DE ARMAS, Carlos. Judaísmo Contemporáneo. Facultad de Humanidades y Educación. UCAB. Apuntes JCSA
https://www.lakehile.com/tradiciones-y-rituales.html
https://www.aishlatino.com/e/oe/Shiva-y-los-Shloshim-Reflexiones-personales.html
[1] Estudiamos diversas fuentes, incluyendo clases presenciales. Exceptuando la introducción (reflexión personal), la mayoría de los datos aquí expuestos relacionados a los rituales judíos fueron extraídos -en forma de resumen y parafraseando- de la siguiente página web: https://www.lakehile.com/tradiciones-y-rituales.html
[2] Idem.