Hegel afirmó que «una civilización no puede tomar conciencia de sí misma, no puede reconocer su propio significado, hasta que no ha madurado suficiente como para acercarse a su muerte». En un famoso epígrafe, Virgilio afirma: «Si no puedo doblegar a los Dioses en lo alto, sacudiré las regiones del infierno».
La modernidad en el siglo XIX comienza esencialmente como una reacción al excesivo racionalismo de la Ilustración. Con ésta, se pretendía dar una respuesta mecanicista a los grandes problemas de la humanidad, haciendo particular énfasis en la ciencia y en la lógica matemática. Pero gracias a Copérnico y a Darwin, el Hombre entendió que no era el centro del Universo, y que había fuerzas ocultas que motivaban el comportamiento, a veces sin participación de la voluntad.
Nietzsche afirmó: «Dios ha muerto», y con ello sintetizó el drama al que se enfrentaba el hombre moderno: la soledad, la ausencia de una tabla de salvación metafísica.

Ya William Blake había comenzado a desprender al hombre de su culpa, a partir de una comprensión de lo que somos mucho más compasiva que aquella que sembró la Iglesia durante el Medioevo (Reflejada en obras como «La Divina Comedia», de Dante Alighieri) que solo con Lutero comenzó a desprenderse de esa aura que nos esclavizaba, con conceptos exógenos a nuestra experiencia individual y la propia conciencia.


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Con los poetas simbolistas de mediados del siglo XIX, en especial Rimbaud, Mallarmé y Baudelaire, se inicia una exploración a las zonas prohibidas de la conciencia, y se rompen los cánones preestablecidos con códigos sociales y epistemológicos que se sentían foráneos a la experiencia individual.
Nietzsche afirmó: «Dios ha muerto», y con ello sintetizó el drama al que se enfrentaba el hombre moderno: la soledad, la ausencia de una tabla de salvación metafísica.su dimensión individual, donde la angustia existencial y el vacío, el nihilismo de los conceptos, cobran una fuerza inusitada. Goethe había escrito en el siglo XVIII «Las penas del joven Werther», donde ya daba inicio a una nueva forma de manifestar la conciencia individual ante la angustia de la nada. Pero fue Mary Shelley quien escribe «Frankenstein» y allí lo resume todo: El mundo que conocemos al verse en el espejo, encuentra a un monstruo.

PERO FUE MARY SHELLEY QUIEN ESCRIBE «FRANKENSTEIN» Y ALLÍ LO RESUME TODO: EL MUNDO QUE CONOCEMOS AL VERSE EN EL ESPEJO, ENCUENTRA A UN MONSTRUO.
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Las preguntas comienzan a hacerse con más osadía, y entonces llega Freud y sintetiza las conclusiones de Kant, a partir de la apertura de ese nuevo universo mental desconocido: El «inconsciente». Ya Kant había dejado claro que la realidad no existe, más allá de lo que cada mente percibe, a partir de sus propios presupuestos históricos, convencionales, contextuales, sociológicos, etc. Pero Freud habla de fuerzas ocultas que definen lo que somos, sin siquiera nosotros ejercer una acción volitiva. Somos móviles de fuerzas desconocidas que provienen de nuestra propia mente.

Y así en el siglo XX se comienza a sistematizar con el método científico las pulsiones que explotaron en el siglo XIX, y que los poetas simbolistas y los escritores rusos tan fidedignamente representaron. Esta sistematización del conocimiento se facilita por los trabajos de Freud y de Carl Jung (arquetipos universales); por la Teoría de la Relatividad de Einstein (el tiempo y todas nuestras percepciones son relativas) y más tarde con la Escuela de Frankfurt (llevando el pensamiento de Marx y Engels a las artes y los medios de comunicación), que plantea la existencia de Super estructuras de poder, que marcan el ritmo de lo que percibimos y cómo lo percibimos.



Además de esta sistematización científica, las dos guerras mundiales, la Revolución Bolchevique, la Guerra Civil española y las dictaduras totalitarias, son como una bomba nuclear de cuestionamientos hacia todo lo precedente, hacia un mundo que no parecía tener las respuestas y que se acercaba a su aniquilación.


Así, tal y como afirmó Hegel, esta cercanía a la muerte sembró ideas que cuestionaron todos los cimientos de la civilización. Ya las máquinas y la Revolución Industrial del Siglo XIX, la Ilustración del XVIII y la búsqueda de captar la realidad externa, como si ésta fuera algo exógeno al Ser Humano, no dan ningún tipo de respuesta convincente a las grandes preguntas existenciales.

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La Modernidad en el Siglo XIX pretendió fundamentarse en esas premisas consolidadas, como bloques de granito que proporcionaban una ilusión de solidez, de seguridad: las máquinas, la riqueza económica, la certeza del realismo exterior, el boom de las industrias; las perspectivas de horizontes asegurados.
Los simbolistas fueron contra todo eso, también los rusos y Shelley…pero no lo ponían en una episteme que tuviera alcance universal y representara formalmente un quiebre con lo anterior. Eso sucedió en el siglo XX. Aquí sí la Modernidad cobró un sentido formal, y representó sin lugar a dudas una ruptura con el pasado, y la apertura de un mundo nuevo, pero mucho más incierto, nihilista y facilitador de angustias y crisis existenciales.

Y como Virgilio sostuvo, al no ser los dioses los portadores de los significados anhelados, quizás en el infierno creado por las guerras y la alienación subsiguiente del hombre (tan fielmente reflejada en la obra de, entre otros, Franz Kafka) se abra la compuerta del nuevo mundo, el universo que deconstruye a los mundos conocidos (patriarcales, cientificistas, tradicionalmente inspirados por Platón, Sócrates, Aristóteles, Santo Tomás, Pablo, Agustín; Copérnico, Kepler, Newton, Shakespeare, Descartes, Kant, Darwin, Hegel, Nietzsche, Goethe, Freud, Jung, Einstein, entre otros) y coloca las bases para construir un nuevo universo, más rico y amplio que lo jamás conocido; donde la imaginación juegue un rol fundamental y se le dé permiso al espíritu humano para transgredir todos los valores, filtrarlos, y quedarse solo con los mejores, que permitan la flexibilidad suficiente para crear algo significativo y duradero.
Eso que llaman la post modernidad, es un intento de ensayar con este nuevo estado anímico del hombre, escéptico ante todo lo conocido y deseoso de explorar nuevas fronteras de conocimiento y emociones.

Si en Siglo XIX la modernidad tiene su parto formal (gestada por ilustres predecesores: entre otros, Copérnico, Shakespeare, Darwin y Kant) y comienza a dar sus pasos en los nuevos territorios de la individualidad y la expresión de la angustia humana; es en el siglo XX cuando alcanza su plenitud, gracias, como dijimos, a la sistematización de los nuevos conocimientos y a las guerras. Ya toca en el siglo XXI la era de la «post modernidad», y allí el territorio aún es bastante virgen.
Para concluir, nada mejor que estas palabras de F. Nietzsche dichas por su «Zaratustra»:
Y cómo podría soportar ser hombre, si el hombre no fuera también un poeta y descifrador de enigmas y … una senda hacia nuevos amaneceres.
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Mañana lo leeré con detenimiento.
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Maravilloso recorrido de grandes pensadores!
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Excelente este artículo con todas sus referencias, mucho para leer y pensar.
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