Nota: Contiene spoilers
“The swimmer” es una historia corta de John Cheever, publicada en “The New Yorker”, el 18 de julio de 1964. Fue llevada a la pantalla grande en mayo de 1968, en una excelente entrega dirigida por Frank Perry, con guion de Eleanor Perry e interpretada por un Burt Lancaster de 55 años y extraordinaria condición física.
Difiere de la película en algunos aspectos neurálgicos, que son importantes para comprenderla en su justa magnitud. Cheever inicia su relato con más lógica. Ned Merrill ya se encuentra pasando un buen rato en la piscina de sus amigos, los Westerhazys, disfrutando de una espléndida tarde de verano, junto a su esposa Lucinda. En cambio, en el film mágicamente se aparece allí cuasidesnudo y sin su mujer, aunque el diálogo con los amigos nos permite comprender que el trato entre las parejas es familiar y se comunican a diario entre ellos.
Otro de los aspectos que tiene la historia de Cheever, y que no se muestra tan claramente en la película, es el cambio de estaciones a partir de la descripción del clima, los paisajes, el frio del agua y el olor a madera quemada que se cuela por los vientos (que sugieren una estación diferente al verano). En la película estos detalles son tan sutiles que pueden pasar fácilmente inadvertidos, siendo absolutamente imprescindibles para captar la profundidad del mensaje.
Lógicamente el film se permite giros creativos que no suceden en el relato de Cheever, pero que le dan un carácter más dramático a la historia de Ned: el encuentro con una bellísima veinteañera que trabajó como niñera de sus hijas, el intercambio con su ex amante (mucho más largo y explícito en la película), la conversación con un niño rico y solitario que vende limonada en medio del camino; y el diálogo deprimente y patético que se desarrolla en la piscina pública (atestada de gente, cloro y ruido), entre Ned y unos comerciantes que otrora le prestaban servicios.
Hollywood presenta situaciones que hacen más evidente el deterioro mental del personaje. Mientras Cheever lo sugiere indirectamente, en la película se hace más frontal y fácil, aunque también con una técnica magistral, ya que va sucediendo progresivamente y con elegancia en el despliegue de elementos interpretativos (la escena con la ex niñera es magnífica y sirve para evidenciar el carácter delirante de la psique de Ned).
En cualquier caso, tanto en el cuento original como en su versión cinematográfica, tenemos una historia de una brillantez inusual. Son quince piscinas las que visita Ned en su travesía. La idea es atravesar todo el suburbio (Connecticut) nadando, desde la casa de los Westerhazys hasta llegar a su hogar.
Ned bautiza a esta travesía “El río de Lucinda”, en honor a su esposa. Cada piscina representa un capítulo de su vida, la progresión de la misma. Inicialmente vemos a un hombre fuerte, enérgico y confiado de sí mismo y sus habilidades… pero con cada inmersión, e intercambio con sus vecinos (propietarios de las piletas), su personalidad va modificándose, al igual que sus capacidades físicas y el choque con el mundo exterior.
Los tiempos son confusos y aquí Cheever introduce el elemento surrealista como recurso alegórico, que permite al lector comprender que está dentro de la mente de un hombre que ha perdido la noción de la realidad.
Ned en algún momento gozó de todos los regalos del destino: un físico envidiable, una esposa hermosa, cuatro hijas adorables, la mansión con cancha de tenis, cocinero y empleada doméstica y la respetuosa admiración de la sociedad, donde él ocupaba el primer lugar en la competencia del éxito material.
Pero a medida que va sumergiéndose en las aguas y encontrándose con sus semejantes, entendemos que los días de gloria quedaron atrás. Lo que tenemos de frente es al hombre fracasado, viviendo un delirio de grandeza que se va revelando con detalles conmovedores: el desprecio con el cual es recibido en la casa de los Binwanger, que solían suplicarle atención y ahora se burlan de él; la ex amante que le reprocha su infantilismo y chuleo; el mesero que le sirve un trago con desdén; los multimillonarios Hallowans y la lástima que le manifiestan por sus infortunios…y así vamos captando que los tiempos mentales de Ned no son reales.
Mientras su cerebro le transmite que se encuentra en la mitad del verano y que los sucesos transcurren en un solo día, el traje de baño le va quedando flojo, sus articulaciones se vuelven lentas y quejumbrosas, las hojas de los árboles, los olores y el clima son propios del otoño; y el trato de respeto y admiración, que recibe por parte de sus vecinos al inicio del cuento, no se asemeja al desprecio, las burlas y los ataques que experimenta a partir de la mitad de su periplo, donde percibimos una dignidad humana reducida a escombros.
Cuando la aventura se corona con el arribo a su casa, han transcurrido varios años (y, como dijimos, esto lo comprendemos mejor en el cuento original y no en la película) durante los cuales dio tiempo a que su mansión fuera vendida y luego abandonada por sus compradores.
Ned no llegó a un hogar con esposa e hijas jugando al tenis (tal y como vociferaba que haría durante toda la historia). Su casa está vacía, en ruinas y él luce desnudo y tembloroso.
La técnica de Cheever es impecable. Nos ha sumergido en la mente de su personaje sin que nos diéramos cuenta al inicio de la narración. Presenta a un Ned que asume que está nadando durante un solo día de verano y que llegará a una casa viva, con sus seres queridos aguardándole.
Pero la realidad del mundo exterior es otra. Son varios años los que han transcurrido en las veinticuatro horas que transitan por la cabeza de Ned. Suficiente tiempo para presenciar el auge y la decadencia de un hombre de mediana edad que comenzó su vida con la sonrisa de la fortuna y ahora se encuentra hundido en las aguas de la derrota existencial: solitario, arruinado y delirante, víctima de sí mismo, de haber llevado una existencia de valores relajados, con abundante alcohol y traición.
«The swimmer» es una obra impactante. Aunque triste y desoladora, refleja aspectos de la sociedad y del ser humano que exigen una reflexión.
Leer cuento original de John Cheever:

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