Literatura

Cicatrices y paranoia en la literatura venezolana

Los ensayos Las heridas de la narrativa venezolana contemporánea, de Violeta Rojo y Narrativa y paranoia en Venezuela, de Vicente Lecuna, giran en torno a temas que han ocupado buena parte de la crítica literaria respecto a la literatura venezolana y latinoamericana.

            Los ensayos Las heridas de la narrativa venezolana contemporánea, de Violeta Rojo y Narrativa y paranoia en Venezuela, de Vicente Lecuna, giran en torno a temas que han ocupado buena parte de la crítica literaria respecto a la literatura venezolana y latinoamericana.

Rojo se refiere a las cicatrices que han producido en el alma nacional ciertos acontecimientos: heridas que hemos sufrido como nación, aquellas que nos han marcado y que han dejado una cicatriz profunda, sinuosa y fea que se puede leer en nuestra literatura. Bajo la premisa que la felicidad usualmente no es buen material literario, esta ensayista afirma que en Venezuela han sucedido hechos traumáticos que nos marcaron en todos los ámbitos y que se han convertido en letras reflejando un paisaje desolador del país y de nuestros coterráneos. Salvo excepciones, los escritores locales son realistas y asumen posturas ideológicas que terminan signándoles como gobierneros u opositores. Menciona: Bajo las hojas, de Israel Centeno, Las peripecias inéditas de Teófilus Jones, de Fedosy Santaella y Esta gente, de F. Suniaga.


Violeta Rojo

Además, se ha venido produciendo una temática vinculada a la diáspora, que se puede palpar, entre otros, en la obra de Sánchez Rugeles y Méndez Guédez, Gomes, Centeno, Fleján y Chirinos. También la delincuencia desatada a partir de las malas políticas gubernamentales tiene ecos en escritores como Oscar Marcano, Blanco Calderón, Lucas García, Santaella, Sonia Chocrón, Barrera Tyszka, Kozak y Héctor Torres… que plasman el caos de la vida cotidiana y la urbe, su dureza, agresividad y corrupción.

Rojo cita hitos históricos, que forman parte de las cicatrices reveladas en las obras de escritores como Barrera Linares, Blanco Calderón, Yague Jarque, Ángel Gustavo Infante y Héctor Bujanda: el Caracazo de 1989, los golpes de Estado de 1992, el deslave de Vargas en 1999 y los acontecimientos del 11 de abril de 2002.

Por su parte, Vicente Lecuna desarrolla la tesis de la paranoia en la actitud de algunos críticos al evaluar la producción literaria, a la que siempre buscan los signos alegóricos respecto al acontecer nacional. Menciona en especial dos obras de Barrera Tyszka: la novela La enfermedad (2006) y sus relatos reunidos en Crímenes (2009).



En la primera, el cáncer de un padre y las vicisitudes de su hijo, un médico que debe comunicarle la mala noticia, se transforman, a los ojos de gran parte de la crítica, en la metáfora de un país carcomido en sus entrañas por un mal social que debe ser curado.  Y en Crímenes, una serie de delitos ocurridos en contextos diferentes terminan siendo asociados con una Venezuela plagada de delincuencia.

Lecuna afirma que la tesis sobre alegoría nacional y la literatura del tercer mundo de Fredric Jameson se cumple cabalmente cuando se aborda la producción literaria nacional, tanto desde el punto de vista del escritor como desde la óptica de la crítica: Una alarma gobierna esa literatura: las ganas de explicarnos a nosotros mismos cómo es que llegamos a este punto, cómo es que el país llegó a ser lo que es ahora, en este preciso momento, desde la extrañeza, desde el asombro, desde la repulsión.


Vicente Lecuna

Y esta necesidad es la que produce la paranoia de buscarle las cinco patas al gato, cual máquinas paranoicas de Deleuze y Guattari, donde se persiguen cosas en los lugares equivocados, producto de un deseo irrefrenable por conseguir un objeto específico, en este caso, la explicación de lo que nos pasa como sociedad.

Lecuna sostiene que en la obra de Barrera Tiszka lo que es, es, por lo que no tiene caso el tratarle de encontrar dobles sentidos a lo que es literal. Aquí coincido con este crítico cuando dice que el abordaje de las obras desde ángulos despegados del drama nacional podría implicar el ser visto con suspicacia por el estatus quo, hambriento de conseguir en todos los textos literarios las razones que expliquen los males de la sociedad.

No obstante, para Lecuna no es en la literatura donde deben buscarse esas explicaciones, sino en otros lugares, y allí creo que se equivoca. Sin restarle mérito a sus razonamientos sobre la paranoia, rasgo indudable de nuestra actitud hacia las letras, es un signo de la literatura universal el intento de buscar respuestas, o al menos servir de desahogo, a las crisis y hechos históricos que marcan el ritmo de las sociedades, en cualquier época.



Dejando de lado la literatura fantástica, es difícil separar la creación literaria de la realidad del mundo. Rojo se concentra en Venezuela, mientras que Lecuna, citando a Jameson, también lo hace con Latinoamérica. Pero me atrevo a extender la visión y llevarla a la literatura de cualquier país del planeta. Si analizamos la obra de escritores como Dante, Cervantes, Shakespeare, Swift, Kafka, Balzac, Stendhal, Joyce, Hemingway, Sartre, Camus, y tantos otros, veremos que allí están plasmadas las angustias y pesares de vivir en mundos conflictivos, con sociedades que no responden a los anhelos íntimos de felicidad humana.

Es verdad lo que dice Rojo respecto a que los temas felices no son por regla general buen material literario. Y la razón es que el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí la carga de la existencia y ésta siempre se topa con el tipo de sociedad que le ha tocado vivir. Es una quimera pretender que la literatura no plasme ese sentimiento.


Agradecimiento a Argenis Monroy PhD



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