Literatura

Sobre «Las literaturas postautónomas» de Josefina Ludmer

Se trata de un escrito que intenta decir algo nuevo, cuando, sin proponérselo, lo que hace es llover sobre mojado.  Lo cierto es que cualquier intento de atrapar a la Literatura dentro de un compartimiento estanco de entendimiento, es un ejercicio baladí. Quizás el Estructuralismo tiene algo de responsabilidad en ese pecado. Todo esfuerzo de englobar el significado literario de una obra creativa en una definición académica tendrá el destino fatal de su imposibilidad.

El ensayo de Ludmer es un jeroglífico, que primero debe traducirse, antes de poderlo analizar. Su primera complejidad reside en la pomposidad de su lenguaje («indecidibilidad»; «verosimilizantes»; «desdiferenciadora»; «recursividades”; «‘literaturidad»; etc.) La terca manía de rebuscar en el idioma las palabras más complicadas, o inexistentes, para así lucir más académico, cuando, en realidad, ocurre lo contrario. 


Josefina Ludmer 1939 – 2016


 Se trata de un escrito que intenta decir algo nuevo, cuando, sin proponérselo, lo que hace es llover sobre mojado.  Lo cierto es que cualquier intento de atrapar a la Literatura dentro de un compartimiento estanco de entendimiento, es un ejercicio baladí. Quizás el Estructuralismo tiene algo de responsabilidad en ese pecado. Todo esfuerzo de englobar el significado literario de una obra creativa en una definición académica tendrá el destino fatal de su imposibilidad.



 Lo que intenta decir Ludmer es que las «literaturas postautónomas» rompen el encuadre de lo clásico y penetran un territorio nublado, donde la semántica pierde sentido y se vuelve cuesta arriba encasillar el texto dentro de un género concreto o una concepción canónica de comprensión literaria. 

 Es obvio que el mundo de la tecnología trae cambios estructurales en las formas de comunicación y las maneras de entender al mundo. En la medida en que la virtualidad se haga más poderosa, se hará más patente un hecho que siempre ha existido, solo que encubierto: la realidad, toda realidad, es una ficción.

 El terreno de la Literatura es solamente un espacio donde el ejercicio creativo puede fantasear mundos, personajes, historias, hechos, tiempos, etc. Pero eso no significa que el hecho histórico sea más real o delimite una frontera tan precisa como Ludmer sugiere.

 La historia “real” también está impregnada de fábulas, mitos, leyendas e invenciones, que al denominarse «realidad» solo crean un espejismo para los incautos. Toda acción humana es interpretada, reinterpretada y de ella se deducen infinitas posibilidades semánticas. Ya lo dijo García Márquez cuando le felicitaban por su poder inventivo: el escritor colombiano respondía que él solo había plasmado la realidad latinoamericana en esos «Cien años de Soledad», que para Ludmer, de forma errada, sirven de ejemplo para su encuadre esquemático de lo que significa Literatura en contraste con la realidad. 



 Ludmer afirma: «Al perder voluntariamente especificidad y atributos literarios, al perder ‘el valor literario’ [y al perder ‘la ficción’] la literatura postautónoma perdería el poder crítico, emancipador y hasta subversivo que le asignó la autonomía a la literatura como política propia, específica. La literatura pierde poder o ya no puede ejercer ese poder». La verdad, no comprendo por qué eso tendría que ser así. Todo lo contrario.



 Las realidades virtuales, producidas por los medios digitales, son una forma de realidad, una manera de comprender al mundo y al ser humano. Su traslado al escenario literario nutre las posibilidades creativas de los escritores del presente y los que vendrán en el futuro. Lejos de eliminar el territorio delimitado que insiste Ludmer en crear, lo amplía, produciendo elementos adicionales para la creatividad, para la producción y para la crítica.



 No creo para nada que la Literatura pierda poder, o que la crítica deje de tener un terreno firme para su ejercicio, por el hecho de que se trascienda del mundo autónomo que nunca tuvo, salvo en la pretensión de Ludmer y de aquellos críticos que consideran el mundo literario como un cuarto cerrado.  

 La Literatura siempre ha mezclado los géneros, y se ha alimentado de todas las fuentes disponibles, “reales” o ficticias, para el momento de su producción. Que dichas fuentes se multipliquen, y que las ficciones “reales” se amplifiquen (haciéndose más patente la ficcionalidad de la realidad), lejos de ser un factor limitante, se convierten en nuevos horizontes para el ejercicio del poder creativo de la mente humana.


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