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Electra y Antígona: Venganza y amor familiar

Aquí nos ocuparemos de dos de las piezas más conocidas e inmortales de Sófocles: "Electra" y "Antígona", analizándolas desde tres ángulos: El Oikos (El hogar) y el amor entre los miembros de la familia; La Justicia y la Venganza como elementos estructurales de la trama y el rol de la mujer. Amor familiar, justicia y venganza son elementos neurálgicos en estas obras. También la presencia de dos mujeres fuertes (con matices diferenciales), con capacidad de juicio autónomo y protagonismo escénico.

            La tragedia griega es una forma muy efectiva para lograr lo que Aristóteles denominaba: “Catarsis”. Por medio de sus tramas y personajes se hace posible conectar con los problemas universales que tocan la fibra humana y reflexionar sobre los propios.

            Para los griegos el destino era fatal, algo que nos alcanza con independencia de nuestras acciones, sean éstas moralmente intachables o polémicas. Lo que enseñan los griegos es que la Libertad no es absoluta y está supeditada a fuerzas exógenas, que no siempre responden a una lógica precisa o al deber ser.

En el origen de la tragedia se encuentra la soledad del individuo enfrentado a los dioses y al mundo. La tragedia celebra la autonomía del hombre que se debate entre lo que los dioses piden y lo que la realidad en derredor le permite; vive de esa contradicción entre la ley interna del corazón y la de la ciudad. (Pérez – Borbujo, 2009, p.175)

            Las tragedias muestran encrucijadas con diversos senderos, pero cualquiera que se tome traerá consecuencias fatales, nunca hay finales felices.  Cuando uno presencia una tragedia griega se hace cuesta arriba tomar partido por algún personaje en particular en desmedro de los otros. Si algo enseñan estos maestros de la dramaturgia es que el ser humano es un universo complejísimo. Las luces y las sombras habitan de manera natural en todas las cavernas de la psique y definir quién es bueno y quién es villano se convierte en una tarea reservada a los cándidos, a aquellos que sean incapaces de penetrar más allá de lo evidente y evaluar a cada acción de acuerdo a particularísimas circunstancias, que solo se captan, en su justa magnitud, al calzar los zapatos de aquellos que son juzgados.



            En Grecia la posición de la mujer estaba circunscrita al círculo familiar: “El rol de la mujer como ciudadana en relación a la polis era la producción de herederos legítimos para el Oikos” (Pomeroy, 1999, 76). Se entendía que las mujeres debían casarse, tener hijos y dedicarse a la administración del hogar. Su gran responsabilidad consistía en criar y educar a los futuros ciudadanos.  Pero los trágicos entendieron que los análisis maniqueístas nunca desentrañan verdades. Si se iba a interpretar la complejidad humana en los escenarios teatrales, poco favor se hacía al entendimiento de la psique si se creasen personajes a partir de prejuicios o hechos culturales fortuitos.  

            Los trágicos no abordaban a la mujer a partir de sus roles culturales. Lo hacían teniendo en cuenta su naturaleza humana y la infinita gama de matices psicológicos, anímicos e intelectuales que tiene toda persona, con independencia de su sexo, condición económica o rasgos étnicos.



            El caso de Sófocles es emblemático. Fue quizás el primero en entender a la mujer en toda su dimensión y colocarla en un nivel equilibrado respecto al hombre, no demeritando ni su inteligencia, ni su fuerza, ni su capacidad de tomar sus propias decisiones, asumiendo la responsabilidad de sus actos con gallardía y determinación. “Por primera vez aparece la mujer como representante de lo humano con idéntica dignidad al lado del hombre” (Jaeger, 1987, p. 258).



  •  Sófocles.

            De linaje ateniense, nacido en el 468 a.C., Sófocles ganó fama como autor trágico en el concurso teatral de Atenas, durante las fiestas dionisíacas, gracias a que venció al usual campeón de dichos torneos: el gran Esquilo. De sus obras, se conservan algunos fragmentos y siete tragedias: Antígona, Edipo Rey, Áyax, Las Traquinias, Filoctetes, Edipo en Colona y Electra. A Sófocles el teatro le debe la introducción del tercer personaje en el escenario, algo que proporciona mayor contenido al diálogo, y dota de complejidad psicológica superior al héroe y a los demás personajes de la obra. 


Sófocles


            Aquí nos ocuparemos de dos de sus piezas más conocidas e inmortales: Electra y Antígona, analizándolas desde tres ángulos: El Oikos (El hogar) y el amor entre los miembros de la familia; La Justicia y la Venganza como elementos estructurales de la trama y el rol de la mujer. Amor familiar, justicia y venganza son elementos neurálgicos en estas obras. También la presencia de dos mujeres fuertes (con matices diferenciales), con capacidad de juicio autónomo y protagonismo escénico.

  • Electra (410 / 418 a.C.)


            En esta tragedia una hija (Electra) pide venganza por el asesinato de su padre (Agamenón, rey de Argos y de Micenas). Agamenón regresaba de la guerra de Troya, escenario donde ocurrió una tragedia que marcaría su destino. La diosa Artemisa, molesta por la “hybris” de Agamenón, quien se ufanaba de sus dotes como cazador y además había cazado en una zona prohibida, decidió castigarle, colocándole en una terrible disyuntiva. Si acaso el rey deseaba que sus barcos tuvieran los vientos favorables para poder movilizar sus ejércitos hacia Troya, tendría que sacrificar a su hija mayor: Ifigenia. Sobre los hombros del hombre reposaba el destino de todos los reinos griegos y sabía que su única opción para no condenarles a una derrota humillante frente a los independientes troyanos era el cumplimiento de la exigencia divina. Pero ese sacrificio, doloroso y desgarrador para el padre, no fue perdonado por su esposa, la madre de Ifigenia y de Electra: Clitemnestra. En venganza, junto con su amante Egisto, asesina a Agamenón y este crimen, para Electra, merece su propia venganza: Clitemnestra y Egisto deben morir.



  • Antígona (441 a. C.)



            En esta tragedia Sófocles presenta un dilema terrible para los implicados en la trama. Polinices, hermano de Antígona, arma un ejército extranjero y decide invadir Tebas, para hacerse del poder. En la batalla, se enfrenta en duelo a su propio hermano, Eteocles, y ambos mueren. Creonte, tío de los tres, y ahora el rey, dicta un decreto prohibiendo darle sepultura a cualquiera que haya atentado contra la paz y el orden de la polis, edicto que obviamente afecta a Polinices. Pero el dictamen contradice la tradición griega, entendida como voluntad de los dioses, que obliga a los ciudadanos a darle sepultura a los cadáveres, y así evitar que sus almas vaguen en pena por la eternidad.  Contradecir el decreto de Creonte implica la muerte. Antígona lo sabe. Pero no está dispuesta a que el cuerpo de su hermano sea el festín de los buitres y chacales.



Entonces, la mujer opta por contradecir la ley humana, bajo la premisa de que el Derecho de los hombres no puede pasarle por encima a la voluntad de los dioses. Creonte se encuentra con un dilema espantoso: Antígona no solo es su sobrina. También es la prometida de su hijo Hemón, a quien el padre adora. Pero incumplir su propio decreto relajaría su autoridad, su pueblo vería nepotismo en su decisión y el orden del reino quedaría en entredicho. Para él, su principal obligación como regente es garantizar el cumplimiento de la Ley y así salvaguardar los intereses más preciados del reino. No ve alternativa y condena a muerte a su sobrina, quien deberá ser encerrada en una cueva y allí morir de mengua.  Pero Antígona no morirá de mengua. La mujer se suicida, y esa muerte arrastra en cadena mortal a su prometido Hemón, quien también se suicida y a la madre de éste, la cual, después de maldecir a su propio marido, igualmente se quita la vida por sí misma. Creonte, que había sido advertido por el oráculo Tiresias, decide echar el edicto para atrás, pero es tarde. La tragedia quedó consumada.




  • Rol de la Mujer y Amor filial.

            Electra es una mujer que ha sido enclaustrada, cual Cenicienta, para que su vida se redujera a la prestación de servicios domésticos a su propia madre y al amante de ésta. Pese a sus lamentaciones, la evidente tristeza que expresa, está resignada a no cumplir con las expectativas griegas respecto al rol de la mujer en la sociedad. Dice Electra: “Pero una gran parte de mi vida se me ha quedado ya atrás, sin que se cumplan mis esperanzas. Y no resisto más, yo que sin padres me consumo, sin que ninguna persona amiga proteja, sino que, igual que una extranjera indigna, soy una administradora de la casa de mi padre. Así, con indecoroso vestido, vago en torno a mesas vacías” (El., vv.185,190).  Es claro que su deseo es casarse y procrear hijos. Se lamenta de un destino que se le impone en contra de sus anhelos.




Por su parte, Antígona sí estaba encaminada a materializar con plenitud el rol de la mujer griega. Comprometida en matrimonio con su primo Hemón, eventualmente formarían un hogar. Pero su deseo de hacerle honor al cadáver de su hermano le hizo cambiar de rumbo y signar su destino al horror. Y entonces, se resignó a no dar cumplimiento a las expectativas que la sociedad puso en ella por ser mujer: “(…) Vedme, ¡oh ciudadanos de la tierra patria!, recorrer el postrer camino y dirigir la última mirada a la claridad del sol. Nunca habrá otra vez. Pues Hades, el que a todos acoge, me lleva viva a la orilla del Aqueronte sin participar del himeneo y sin que ningún himno me haya sido cantado delante de la cámara nupcial, sino que con Aqueronte celebraré mis nupcias”. (Ant., vv. 810,815). En su caso, existen elementos a considerar para comprender mejor el porqué de esta resignación, que podríamos interpretar como culpa y miedo sublimados. Recordemos que Antígona es hija de un incesto involuntario y trágico, perpetrado entre sus padres Edipo y Yocasta. La maldición de su hogar nació en ese momento. La nueva tragedia solo suma mayor desolación a un alma que ya estaba signada por la tragedia. Si acaso contraía matrimonio y procreaba: ¿Cómo serían esos hijos? ¿A qué fatalidad les condenaría? El mismo coro da pistas, cuando le canta a Antígona: “Llegando a las últimas consecuencias de tu arrojo, has chocado con fuerza contra el elevado altar de la Justicia, oh hija. Estás vengando alguna prueba paterna[1] (Ant., v. 855). A lo que Antígona responde:

Has nombrado las preocupaciones que me son más dolorosas, el lamento tres veces renovado por mi padre y por todo nuestro destino de ilustres Labdácidas. ¡Ah, infortunios que vienen del lecho materno y unión incestuosa de mi desventurada madre con mi padre, de la cual, desgraciada de mí, un día nací yo! Junto a ellos voy a habitar, maldita, sin casar. ¡Ah, hermano, qué desgraciadas bodas encontraste, ya que, muerto, me matas a mí, aún con vida! (vv. 860,870)





            Algunos críticos suelen ver en esta tragedia el conflicto entre la ley humana y la ley divina, entre el Derecho Objetivo y el Derecho Natural. Pero una mirada más atenta a la obra, arroja otro tipo de apreciaciones. En nuestro criterio, no se trata tanto de ese conflicto, como sí del amor fraterno de una mujer para con su hermano y el conflicto que se le presenta, como consecuencia, con la polis. Si el tema central fuese el antagonismo entre las dos leyes, debería tratarse el respeto a la ley divina como un valor absoluto, y no relajable. Si alguien está dispuesto a morir por ese valor supremo, significaría que el mismo no es flexible y discrecional, sino que en todo momento debería ser respetado. Pero este no es el caso de Antígona. Para ella, no se trata de que la ley divina sea un valor inflexible, y siempre merecedor de su primacía frente a la ley humana. Para esta mujer, lo que no es negociable, y por lo que sí está dispuesta a entregar su vida, es por la dignidad de Polinices, su hermano. En el verso que citaremos a continuación no deja espacios para la duda. Antígona aclara que un marido y un hijo siempre pueden ser reemplazables, ya que se puede volver a casar y también tener varios hijos. En cambio, un hermano no lo es. (recuérdese que Eteocles había muerto):

Pues nunca, ni aunque hubiera sido madre de hijos, ni aunque mi esposo muerto se estuviera corrompiendo, hubiera tomado sobre mí esta tarea en contra de la voluntad de los ciudadanos. ¿En virtud de qué principio hablo así? Si un esposo se muere, otro podría tener, y un hijo de otro hombre si hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre están ocultos en el Hades no podría jamás nacer un hermano (…) (Ant., vv. 905,915).



Entonces, o la obra no se trata de la superioridad de la Ley Natural sobre la Ley Humana, o el autor se contradijo, algo que dudamos, dado el calibre de genio que era Sófocles.  



            Es evidente que el amor filial juega un rol vital en las dos tragedias:

Respecto a los hermanos: Tanto Electra como Antígona aman con pasión a sus respectivos hermanos. Electra pone ciega confianza en Orestes y con este verso refleja hasta qué niveles lo amaba: “¡Oh recuerdo que me queda de la vida de Orestes, el más querido para mí de los hombres!” (v.1125). Y Antígona, como ya vimos, entrega su vida para salvar la dignidad de su hermano Polinices.



Respecto a los hijos: Clitemnestra no le perdona a Agamenón el asesinato de su hija Ifigenia: “Este padre tuyo, al que siempre estás llorando, fue el único de los helenos que se atrevió a sacrificar a tu hermana a los dioses. ¡No tuvo él el mismo dolor cuando la engendró que yo al darla a luz! (…) Ellos no tenían derecho a dar muerte a la que era mía. Por consiguiente, habiendo matado lo mío en favor de su hermano Menelao, ¿no iba a pagarme el castigo por ello?” (El., vv. 535,540). Por su parte, la reina Eurídice tampoco le perdona a Creonte la muerte de su hijo Hemón, quien, como dijimos, se suicidó tras conocer la muerte de Antígona. Advierte el oráculo Tiresias a Creonte: “Por ello, las destructoras y vengadoras Erinias del Hades y de los dioses te acecharán para prenderte en estos mismos infortunios.” (Ant., v.1075). 



            En las dos obras se pone en evidencia que el amor de las mujeres hacia sus esposos no está erigido sobre bases indestructibles.  En Electra, Clitemnestra tiene su amante, y no le tiembla el pulso para asesinar a su marido. Privilegia el amor hacia su hija por encima del deber conyugal y/o el amor hacia Agamenón. Y Eurídice igual. Ante la muerte de su hijo, no pestañea al momento de despreciar a Creonte y maldecirlo. Queda claro que la actitud de la mujer frente al Oikos era defender su valor esencial: los hijos, el amor hacia ellos, su crianza y su educación.



            Tanto en Electra como en Antígona, el amor fraternal entre hermanas no es tan evidente. Se nota irritabilidad y cierto desdén de las protagonistas hacia ellas. Sófocles nos presenta a unas hermanas débiles, incapaces de actuar por miedo a los hombres. En las dos obras, las protagonistas recurrieron a sus hermanas por ayuda. Electra cuando pensó que Orestes estaba muerto. Y Antígona para que Ismena le ayudara en la sepultura de Polinices. Y en ambos casos, las protagonistas resultaron decepcionadas por la actitud de sus hermanas. Dice Crisótemis a Electra: “Eres mujer y no hombre, y tienes en tus manos menos fuerzas que tus enemigos. La fortuna les sonríe a ellos cada día, mientras que para nosotras se pierde y llega a nada” (El., vv.995,1000).  

Por su parte, Ismena espeta a Antígona: “Es preciso que consideremos, primero, que somos mujeres, no hechas para luchar contra los hombres, y, después, que nos mandan los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer en esto y en cosas aún más dolorosas que éstas” (Ant., v.60).  



Vemos que en estos casos las hermanas sí representan el modelo clásico de la mujer griega: resignada a que las mujeres fueran superadas por los hombres en la toma de decisiones respecto a asuntos que trasciendan al Oikos. Lo innovador de Sófocles, y que Platón reflejaría en La República, fue el borrar las diferencias, y, tal y como dijo Jagger, poner a las mujeres, al menos a algunas de ellas, en el mismo plano de importancia que los hombres. El autor demostró que las mujeres podían ser tan o más fuertes que los hombres y eso, sin duda, fue una propuesta revolucionaria.



            Ahora bien, pese a que Electra y Antígona son mostradas como mujeres fuertes, resueltas, categóricas y de pensamiento autónomo, sí hay algunos matices diferenciadores: Electra se siente incapaz de ejecutar su venganza por sí misma, delegándole el asesinato a su hermano Orestes y luego pidiendo ayuda para hacerlo a Crisótemis: “(…) Pero ahora, cuando ya no existe, dirijo mi mirada a ti para que no rehúyas, juntamente con tu hermana, dar muerte al autor de la muerte de nuestro padre (…)” (El., v.955). Electra es un tanto temerosa y no se siente tan fuerte como para ejecutar su venganza por sí misma: Depende de Orestes o de su hermana. Sin embargo, no ponemos en duda su fuerza de carácter.



Por su parte, Antígona es capaz de desobedecer la ley y sufrir su propia muerte con tal de que Polinices reciba la sepultura que se adecúe a las expectativas divinas. No necesita a nadie para lograrlo. Antígona se muestra independiente y hábil para hacerle justicia a Polinices: Habla el coro en la voz de Corifeo: “(…) sino que tú, sola entre los mortales, desciendes al Hades viva y por tu propia voluntad”[2]. (Ant., vv. 820,).  A pesar de que Creonte, a veces el coro: “(…) Y, en tu caso, una pasión impulsiva te ha perdido” (v.875); y ella misma, dudan de su sanidad mental, es incuestionable que su resolución y autonomía son signos de gran fortaleza. Confronta al hombre en rebeldía, sin ningún complejo de inferioridad. Es obvio que su accionar también tiene móviles pasionales, pero la claridad de su argumentación y las premisas que esboza son los de una persona en completo dominio de sus facultades mentales.



            En las dos obras también está presente el machismo. En Electra, su misma actitud hacia su hermano Orestes, y la debilidad de su hermana, simbolizan este rasgo de la sociedad griega. Y en Antígona, Creonte en un primer momento no puede creer que haya sido una mujer quien tuviera el valor de confrontar su ley: “¿Qué dices? ¿Qué hombre es el que se ha atrevido a eso?” (Ant., vv. 245,250). Y en otro momento expresa: “(…) Y, así, hay que ayudar a los que dan las órdenes y en modo alguno dejarse vencer por una mujer. Mejor sería, si fuera necesario, caer ante un hombre, y no seríamos considerados inferiores a una mujer” (vv. 640,680).

  • Justicia y Venganza.


            En ambas obras se busca hacer Justicia, pero la disposición anímica de las mujeres es diferente. Electra está sedienta de venganza. Transpira odio y desprecio hacia su madre y el amante de ésta.  Su móvil es totalmente pasional y no hay decretos legales involucrados. Su intención es hacerle daño a Clitemnestra y a Egisto. Por su parte, Antígona luce serena, fría y calculadora. Los escenarios los evalúa con ecuanimidad y su anhelo es la Justicia, sin connotaciones vengativas. Asume su destino con estoicismo. Su objetivo en ningún momento es hacerle daño a nadie. Ella no quiere perjudicar a Creonte y éste tampoco a ella. Sencillamente Antígona piensa que el dictamen de su tío es injusto y su tío considera que su sobrina ha infringido la Ley. En la tragedia está involucrado un decreto legal y una ley divina. Se maneja el concepto de Justicia desde un punto de vista institucional y sistemático. La dama ciega y su balanza aparecen en la mente del lector y las consideraciones se hacen en un plano más jurídico que pasional.

  • Conclusión.

            Fuerza de carácter de las mujeres protagonistas, amor filial en víctimas y victimarios, maldición familiar y hermanas débiles marcan a las dos tragedias. Pero quizás el elemento que más las diferencia es la manera de afrontar el crimen. En ambas obras, las protagonistas buscan hacerle justicia a un hecho que consideran injusto. Pero hay diferencias notables en los estados anímicos y las pasiones en juego.

            Electra es la historia de la venganza: De Clitemnestra hacia Agamenón, por el asesinato de Ifigenia: “Ellos no tenían derecho a dar muerte a la que era mía” (El., vv. 535,540); y de Electra hacia su madre, por el asesinato de su padre: “¡Oh morada de Hades y Perséfone! ¡Oh Hermes, que conduces a los infiernos, y venerable Maldición! Erinias, ilustres hijas de los dioses, que contempláis a los que han muerto injustamente, a los que han sido engañados en sus lechos, venid, socorredme, vengad[3] el asesinato de mi padre y haced venir a mi hermano, pues sola no soy capaz de llevar equilibrado el peso de la pena que cargo al otro lado (…)” (El., vv.110,120).



            En Antígona el móvil más que la venganza, es el deseo de hacer Justicia, tanto en la protagonista, como en el caso de su némesis, Coro: “(…) Llegando a las últimas consecuencias de tu arrojo, has chocado con fuerza contra el elevado altar de la Justicia[4] (…)” (Ant., v.855). El único momento donde se habla de venganza, es al final, cuando la reina Eurídice llora la muerte de su hijo y culpa a su esposo. Le dice el oráculo Tiresias a Creonte: “Por ello, las destructoras y vengadoras Erinias del Hades[5] y de los dioses te acecharán para prenderte en estos mismos infortunios.” (Ant., v. 1075).



            Ambas obras constituyen una paradoja: El amor familiar es el núcleo de las tragedias, bien sea a partir de la Venganza (Electra) o de la Justicia (Antígona).  Pero no es un axioma maniqueo, “blanco o negro”. “Los villanos”: Clitemnestra y Creonte, también manifiestan amor filial y sus acciones son entendibles a la luz de sus propias circunstancias. ¿Quién tiene la razón? Todos y ninguno.



            Además, surgen contradicciones en las formas de percibir a la mujer (¿Fuerte o débil?): unas son fuertes, otras no; y las que son fuertes, también tienen momentos de flaqueza: Electra no se siente capaz de accionar su venganza por sí misma y Antígona duda a veces de su propia racionalidad.  Tampoco los conceptos de Justicia y Venganza se trabajan con criterios absolutos. Como vimos hay oposiciones y contradicciones. La Justicia es la fuerza motriz, pero se manifiesta de manera diferente.



            Lo que sí es incuestionable, es que Sófocles logró hilvanar dos historias que representan el universo de los valores humanos excelsos, las pasiones, el amor, el odio, el miedo y la culpa, el valor y la cobardía, la Libertad y la servidumbre, lo terrenal y lo divino, el crimen y su castigo, la vida y la muerte, el destino.

            Al presenciar estas tragedias, es difícil no sentir empatía por los personajes principales y experimentar la catarsis en los términos de la Poética de Aristóteles.


Agradecimiento a María Fernanda Di Muro



Referencias bibliográficas.

Jaeger, Werner (1987). Paidea. México: Fondo de Cultura Económica.

Pérez – Borbujo, Fernando (2010). Tres miradas sobre el Quijote. Unamuno – Ortega – Zambrano.             Barcelona: Herder Editorial S.L.

Pomeroy, Sarah, et.al. (1999). La antigua Grecia Historia política, social y cultural. Edit. Crítica

Sófocles (1981). Tragedias. Madrid: Editorial Gredos.

Consultas bibliográficas.

Di Muro, María Fernanda (2021). La Mujer en la literatura griega. UCAB. Clases sincrónicas, materiales entregados y apuntes.

Sófocles. Biografías y vidas. En: https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/sofocles.htm


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